¿CUÁLES SON LAS BUENAS NUEVAS?

            Podría parecer que el lugar más apropiado para buscar la respuesta a esta pregunta son los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Si pudiéramos preguntarle  ha alguno de ellos, en persona, quizás nos respondería: «¿Por qué no lees mi libro?»

            Nadie, sin embargo, se sentía más seguro de conocer el verdadero contenido de las Buenas Nuevas que el apóstol Pablo. Él era enfático, al dirigirse a sus lectores, que el  evangelio que él enseñaba no era algo que había aprendido de Pedro, de Santiago o de Juan, ni de ningún otro líder cristiano. «El evangelio predicado por mí no es de origen humano», afirmaba Pablo. «No lo he recibido ni aprendido de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo» (Gálatas 1:11, 12, BSA 1975).

            En una ocasión, cuando su versión del evangelio fue seriamente puesta en duda, Pablo se sintió movido a hacer la siguiente declaración:

            «Pero si nosotros mismos o un ángel del cielo les anuncia un evangelio distinto del que les hemos anunciado, ¡que sea expulsado!  Ya se lo dijimos antes, y ahora les vuelvo a repetir: el que les predique un evangelio distinto del que ustedes han recibido, ¡que sea expulsado!» (Gálatas 1: 8,9 BPD).

            Si el lenguaje empleado por el apóstol pareciera demasiado fuerte, la traducción utilizada en la versión La Biblia Palabra de Dios de las palabras griegas anathema esto («¡que sea expulsado!») son leves en comparación con la versión La Biblia al Día («¡que caiga bajo maldición!»), o con las de la versión Dios Habla Hoy («que caiga sobre él la maldición de Dios»), o con la Reina-Valera 1865 («sea maldito»).

            Podemos decir que Pablo estaba, por lo menos, profundamente convencido de la rectitud de su versión de las Buenas Nuevas y de las nefastas consecuencias de pervertir la verdad y de desviarse hacia otro evangelio. En su carta a los Romanos, describe detalladamente algunas de las desastrosas consecuencias de abandonar el verdadero evangelio (véase Romanos 1:18-32).

            Pablo estaba sorprendido al ver con qué disposición tantos cristianos primitivos,  recién liberado por las Buenas Nuevas de las insensatas obligaciones de la falsa religión, se volvían  a la indignidad y al temor de su esclavitud pasada.

            Les escribía a los cristianos de Galacia: «Me sorprende que ustedes abandonen tan pronto… para seguir otro evangelio. No es que haya otro, sino que hay gente que los está perturbando y quiere alterar el Evangelio de Cristo» (Gálatas 1:6,7, BPD).

            «Gálatas, ¿cómo son tan insensatos?…», continuó diciendo «¿Quién los engatusó?»   «En otro tiempo no conocían a Dios y estaban al servicio de falsos dioses. Pero ahora que ya conocen a Dios,…» «¿Cómo es que vuelven a dejarse esclavizar por esas realidades mundanas que no tienen fuerza ni valor? Todavía celebran como fiestas religiosas ciertos días, meses, estaciones y años. Mucho me temo que mis sudores entre ustedes hayan sido baldíos» (Gálatas 3:1; 4:8-11, BLPH).

            Pero ¿qué se podía esperar de los nuevos conversos cuando algunos de los mismos líderes cristianos en Jerusalén comprometían y contradecían el evangelio de Cristo? (véase Hechos 21:18-26). Pedro mismo, a pesar de su reveladora experiencia en casa de Cornelio, había revertido a algunas de sus cerradas perspectivas de antaño, por lo que Pablo tuvo que reprenderlo de frente y en público (Gálatas 2:11-14).

            Este es el mismo Pablo que enseñaba que el amor nunca es rudo y que el amor nunca insiste en lo suyo (1 Corintios 13:5). Este es el mismo Pablo tan respetuoso de la libertad ajena que pudo decir de ciertas prácticas religiosas: «Cada uno esté plenamente convencido de lo que piensa» y «Tú,  pues  ¿por qué juzgas a tu hermano?» (véase Romanos 14:1-10, RV95).

            Pero cuando se trataba de las Buenas Nuevas y de aquellos que querían suprimirlas o pervertirlas, Pablo se expresa con una convicción y un poder casi pavorosos. Es más, hasta llegó a sugerir que los agitadores legalistas que estaban  alborotando a los nuevos conversos exigiéndoles requisitos externos, tales como la circuncisión, que  «¡ojalá se castraran a sí mismos de una vez!» (Gálatas 5:12, DHH).

            ¿Cuáles son las Buenas Nuevas de las que Pablo se sentía tan seguro y que a través de los siglos se han malinterpretado tanto y provocado semejante oposición? ¿Qué era eso que Pablo consideraba como una gran contradicción, más aún, una perversión de las Buenas Nuevas, al punto de llevarlo a expresarse tan fuerte con los creyentes de Galacia?

            Le he pedido a muchos cristianos que expresen qué es lo que entienden como la esencia de las Buenas Nuevas.  Las respuestas tan variadas han incluído mucho del  contenido de la fe cristiana: desde la gracia y la Expiación hasta la Segunda Venida y la vida eterna.

            Pero la respuesta que considero que se acerca al meollo del asunto es esta: Las Buenas Nuevas son, que Dios no es el tipo de persona que Satanás ha dicho que es.            El que las Buenas Nuevas deben tener relación con los asuntos del gran conflicto entre Cristo y Satanás quizás está sugerido por la audaz declaración de Pablo, de que aunque fuese un ángel del cielo el que se atreviera a enseñar un evangelio diferente, se le debía tener por anatema. A primera vista, esto podría parecer inconcebiblemente presuntuoso y dogmático. Y, sin embargo, ¿no fue precisamente un ángel el que empezó a circular falsos rumores acerca de Dios y que aún se disfraza «como un ángel de luz» (2 Corintios 11:14), mientras busca engañar a los hombres para que rechacen las Buenas Nuevas?

            Desde que el gran conflicto empezó, ha sido el estudiado propósito de Satanás convencer tanto a los ángeles como a los hombres de que Dios no es digno de fe ni de su amor. Ha presentado al Creador como un tirano duro y exigente, que impone requisitos arbitrarios sobre su pueblo solo para mostrar su autoridad y para comprobar su disposición a obedecer. Desde Génesis hasta Apocalipsis, la Biblia relata los incesantes esfuerzos de Satanás por pervertir la verdad y mancillar el carácter de Dios.

            Si Dios fuera como nos lo presenta Satanás, ¡cuán fácil habría sido para él exterminar a sus rebeldes criaturas y empezar todo de nuevo! Si todo lo que Dios quería era obediencia irracional, ¡cuán fácil le habría sido manipular las mentes de hombres y ángeles, obligándolos a obedecerle por la fuerza!

            Pero el amor y la confianza, las cualidades que Dios más desea, no son producto de la fuerza —ni aun del mismo Dios.

            Es por eso que en vez de recurrir a la destrucción o al uso de la fuerza, Dios sencillamente llevó su caso ante una corte. Con el fin de probar la rectitud de su causa y para demostrar que su forma de gobernar el universo era la mejor para todos los involucrados, Dios humildemente sometió su propio carácter a la investigación y al juicio de sus criaturas.

            Pablo entendió esto cuando exclamó: «Dios quedará siempre por veraz, aunque todo hombre sea mentiroso, según está escrito: ‘Para que seas declarado justo en tus palabras y salgas triunfante cuando te lleven a juicio’» (Romanos 3:4, BSA 1975).

            Las  Buenas Nuevas son que Dios ganó su caso. Aunque todos le falláramos, Dios no puede perder su caso, porque ¡ya lo ganó! El universo ha reconocido que las pruebas le favorecen, que el diablo mintió cuando acusó a Dios.

            «¡Consumado es!»  exclamó Jesús (Juan 19:30). Por la vida que vivió y por la terrible y singular forma en que murió, Jesús ha demostrado la rectitud de su Padre aclarando cualquier duda que quedara acerca del carácter de Dios y de su gobierno (véase Romanos 3:25,26).

            Pablo se sentía orgulloso de ser portador de estas Buenas Nuevas, y él sabía bien de qué se trataban —«Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela» (Romanos 1:16,17).

            Con vergüenza Pablo confesó que en el pasado él había dado una gravísima y errónea representación de Dios, al punto de mostrar la imagen que Satanás presenta de Dios, cuando encarcelaba y perseguía a hombres y mujeres con tal de obligarlos a obedecer (véase Hechos 8:3; 9:1,2; Gálatas 1:13).

            Pero después de aceptar las Buenas Nuevas, Pablo dedicó el resto de su vida a decir la verdad. Y ¿quién sino Pablo ha escrito con mayor elocuencia acerca de la libertad, el amor y la gracia —que la fe es el único requisito para el cielo, que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia y que Cristo es el final del legalismo como vía de salvación?

            «Desde luego, no quiero que me malentiendan,» parece decir Pablo en Romanos. «¿Por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley —al ponerla en su debida perspectiva» (ver Romanos 3:31).  Por lo tanto, al adoptar el entendimiento que Pablo tenía de la fe, la persona que realmente conoce, ama, confía y admira a Dios por sus caminos sabios y ordenados está más que dispuesta a escuchar y a obedecer las instrucciones de Dios sobre cualquier tema.

            «Permítanme decirles», continúa Pablo,  «por qué nuestro misericordioso Señor, que desea que sintamos el gozo y la dignidad de la libertad, hizo tanto uso de la ley».

            «¿Para qué, entonces, la ley?», le escribió a los gálatas, «Fue añadida por causa de las transgresiones» (Gálatas 3:19 BTX3). Fue diseñada para ser nuestro guardián, nuestro protector, para restaurarnos a una relación correcta con Dios. Entendidas de la manera correcta, las leyes de Dios no amenazan nuestra libertad. Se nos dieron solamente para nuestro bien; todas son bien lógicas y merecen ser inteligentemente obedecidas.

            Pero en cuanto a aquellas tradiciones insensatas, que no tienen nada que ver con los propósitos de Dios, ¡fuera con ellas!  Tal como Pablo les decía a los colosenses: «¿por qué se comportan como si todavía estuvieran bajo su dominio? ¿Por qué obedecen a quienes les dicen ‘no toquen esto’, ‘no coman eso’, ‘no prueben aquello’? Esas reglas no son más que enseñanzas humanas, que con el tiempo van perdiendo su valor. Tienen sin duda apariencia de sabiduría, con su afectada piedad, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa» (Colosenses 2:20-23, TLA-D y BAD).

            Peor aún, enseñadas y obedecidas en el nombre del cristianismo, estas presentan al Dios de los cristianos como la deidad arbitraria que Satanás ha dicho que es —y esas no son buenas nuevas.

            ¿Qué es lo que los cristianos queremos decir hoy acerca de nuestro Dios? ¿Será la verdad? ¿Son, en verdad «buenas nuevas»? ¿Estamos empleando los mejores medios para comunicarlas? A pesar de nuestros mejores esfuerzos, ¿qué es lo que la gente escucha? ¿Habrá mejores maneras de decirlas?

            Considero que estas son las preguntas más importantes que los cristianos enfrentamos hoy —para nuestra propia salvación y para cumplir con nuestra misión para con el mundo. La historia nos advierte de que la confianza otorgada con facilidad no está justificada. Hay algo de elusivo en las Buenas Nuevas, no es algo que se pueda declarar  sumariamente, o meterse a la fuerza.

            Fue difícil, incluso para Dios, explicar las sutiles pero vitales diferencias entre la verdad y las acusaciones de Satanás. Le fue más efectivo ¡demostrar las Buenas Nuevas que explicarlas!  Es por eso que la Biblia es mayormente la historia de cómo manejó Dios la rebelión y su firme pero misericordioso trato con aquellos que resultaron atrapados en sus destructivas consecuencias.

            Le costó al cielo un precio infinito el traernos las Buenas Nuevas y las confirmó con pruebas incomovibles para la eternidad. No es de sorprender que Pablo saliera con tanta convicción en su defensa.  Así como los ángeles leales, Pablo estaba celoso por el carácter de Dios. Para él era impensable que sus compañeros en el ministerio, pudieran en efecto, prestarse a apoyar las acusaciones de Satanás, al atribuirle el más mínimo rastro de arbitrariedad a nuestro misericordioso Dios.

            Fue la misma perversión de las Buenas Nuevas lo que conmovió tan profundamente a Jesús. Él era misericordioso hasta con el peor de los pecadores —con Simón, en su vergonzoso trato de la mujer que ungió los pies de Cristo. Con la mujer tomada en adulterio y hasta con el traidor Judas.

             Pero cuando algunos de los líderes religiosos, maestros respetados por el pueblo, negaron las Buenas Nuevas e hicieron eco de las mentiras de Satanás acerca de Dios, Cristo pronunció las terribles palabras: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo» (Juan 8:44).

            No había desacuerdo entre Jesús y aquellos maestros en cuanto a la existencia de Dios, la historia de la Creación, o la autoridad de los Diez Mandamientos, ni sobre qué día de la semana era el Sábado. Su desacuerdo era respecto al carácter de Dios.

Jesús vino para traerles las Buenas Nuevas, una imagen de Dios que les permitiría seguir haciendo muchas de las mismas cosas, pero por una razón diferente —una razón que hubiera hecho posible que fueran obedientes y libres a la vez. Pero lo mataron, en vez de cambiar la imagen que tenían acerca de Dios, —y se apresuraron a volver a casa para guardar otro Sábado.

            No hay cosa más diabólica que suprimir y pervertir las Buenas Nuevas acerca de Dios. Y esto se puede hacer incluso mientras se presenta, aparentemente,  la doctrina cristiana. De la manera en la que se presenta a Dios desde algunos púlpitos, la doctrina de la Segunda Venida ciertamente no son buenas nuevas. La perspectiva de pasar la eternidad con semejante deidad sería repulsiva.

            Hay explicaciones de la muerte de Cristo y de su intercesión por nosotros que hacen ver a Dios muy desfavorablemente, menos misericordioso y menos comprensivo que su Hijo. Temas tales como el del pecado, la ley, la destrucción de los impíos, los requisitos para la salvación, son algunas veces presentados de manera tal —incluyendo la voz y los gestos del predicador— que dejan en la gente precisamente el concepto de Dios que Satanás ha venido promoviendo.

            Como seguidores de Cristo, es nuestro deseo ser contados como parte del fiel pueblo de Dios, descrito en Apocalipsis como obediente a sus mandamientos y fiel a la verdad que Cristo revelara.

            Pero si en nuestro afán de obedecer damos la impresión de que adoramos a un Dios legalista y arbitrario, entonces no hemos dado buen testimonio de las Buenas Nuevas. Y si por nuestra forma de enseñar, o por nuestra manera de vivir llevamos a alguien a pensar en Dios como el tipo de persona que Satanás ha dicho que es, no nos habremos mostrado como amigos dignos de confianza, ni de ellos, ni de Dios.

            No puede haber mayor privilegio, ni honor, que el ser confiados con las Buenas Nuevas acerca de Dios. Sin duda alguna que ha llegado el momento en que los amigos de Dios, en todas partes, los que compartimos algo del celo de Pablo por la reputación de Dios, levantemos la voz y expresemos con más del orgullo y convicción de Pablo lo que creemos que las Buenas Nuevas son en realidad.

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