En uno de los capítulos más tristes de la historia estadounidense, el presidente fue públicamente acusado por sus asociados más allegados, de deshonestidad y engaño premeditados.
¡Qué espectáculo para el mundo entero! El más alto funcionario de una de las naciones más grandes del mundo, acusado de abuso egoísta de su poder presidencial y de violar la confianza otorgada por el pueblo que lo eligió como su representante.
Los cargos fueron categóricamente negados por el presidente. En dramáticas apelaciones a la lealtad del pueblo, las acusaciones fueron tratadas como las mentiras alevosas de enemigos contrariados. Y como muestra de afecto hacia el presidente y por respeto al alto cargo que ocupaba, muchos de nosotros estábamos dispuestos a creer sus sentidas declaraciones. Como ciudadanos del país que estampa en su moneda «En Dios Confiamos» (In God We Trust), deseábamos también, de tal manera honrar a nuestro presidente como a alguien en quien podíamos confiar.
Pero ahora sabemos que las simples negaciones no bastan. Aunque procedan de la sede de más alta autoridad y poder, reclamar que se dice la verdad no cambia una mentira en verdad. El Creador del universo también ha sido acusado, un enemigo contrariado le ha acusado de abusar egoístamente de su autoridad divina y de la distorsión intencional de la verdad.
Para hacerle frente a tales acusaciones no basta con negarlas, aunque lo negara el mismísimo Dios infinito, ¿cómo sabríamos si lo que dice es cierto? También Satanás ha presentado sus reclamos y lo ha hecho con gran despliegue de autoridad y fuerza.
Sin embargo, ni los reclamos ni el despliegue superior de poder sirven para establecer la integridad o la confiabilidad. Jesús nos hizo la advertencia de no creer en simples declaraciones, aunque parezcan apoyadas por señales sobrenaturales. Él habló de líderes religiosos que se levantarían, haciendo todo tipo de afirmaciones falsas —incluso ¡declarando ser el mismo Cristo! Y que harían toda suerte de milagros y maravillas para comprobar la verdad de sus afirmaciones. «No les crean», dijo Jesús (ver Mateo 24:11, 23-26, PDT).
«Mirad que nadie os engañe», les advirtió, «porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán» (Mateo 24:4-5).
Más adelante Juan aconseja: «Queridos hermanos, no crean ustedes a todos los que dicen estar inspirados por Dios, sino pónganlos a prueba, a ver si el espíritu que hay en ellos es de Dios o no. Porque el mundo está lleno de falsos profetas» (1 Juan 4:1 DHH).
En su descripción de los esfuerzos de Satanás por llevarse a todo el mundo a su campamento, justamente antes de la venida de Cristo, Juan habla del uso de la autoridad y de la fuerza, acompañadas por grandes milagros, hasta el punto de hacer «descender fuego del cielo a la tierra ante todos». Y como resultado «todos los moradores de la tierra» son engañados «con las señales que se le ha permitido hacer»— excepto el verdadero pueblo de Dios (ver Apocalipsis 13:8, 12-14).
Hace mucho tiempo Moisés advirtió a los hijos de Israel que no se dejaran engañar por los milagros. «Si se alzare en medio de ti un profeta o un visionario en sueños y te da una señal o un prodigio, diciéndote: Vayamos tras otros dioses que tú no has conocido y sirvámosles, aunque la señal o el prodigio anunciado se verifique, no escucharás las palabras de ese profeta» (Deuteronomio 13:1-3, BSA 1975).
El gran conflicto no es acerca de quién puede realizar el mayor de los milagros, sino de quién dice la verdad. En su posición de Lucifer, Satanás fue testigo del poder y de la arrobadora majestad de Dios. Y cada vez que piensa en Aquel que colgó el vasto universo en el espacio, tiembla de miedo (Santiago 2:19) «sabiendo que tiene poco tiempo» (Apocalipsis 12:12).
Dios no ha sido acusado de falta de poder, sino de abusar de este. El conflicto es acerca de su carácter.
¿Qué hacer para saber quién dice la verdad?
Cuando los creyentes de Tesalónica estaban siendo confundidos por medio de mensajes que pretendían venir de Pablo, el apóstol les advirtió que no se dejaran engañar por tales falsedades, les escribió: «examínenlo todo, pero retengan sólo lo bueno» (1Tesalonicenses 5:21 NT BAD).
Cuando Dios llevó su caso ante el tribunal, estaba invitando al universo a examinar aún sus propias afirmaciones y a que creyera solo aquello que se pudiera probar como verdad. Puesto que la verdad estaba de su lado, no tenía nada que temer de la investigación más minuciosa. Tampoco tenía que alterar las pruebas, ni intimidar a los investigadores.
Todo lo que Dios necesitaba para ganar su caso era la demostración y exposición más clara de la verdad, y ¡mientras más abierta y transparente mejor! Solamente los mentirosos y los estafadores tienen miedo de ser interrogados. «Esta es la acusación», le dijo Jesús a Nicodemo, «todo el que practica lo malo, aborrece la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean expuestas. Pero el que practica la verdad viene hacia la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios» (Juan 3:18-21, BTX3).
Dios mismo ha venido a la luz. Y el universo ha visto claramente que la verdad radica en él. No se ha encontrado mentira alguna en la boca de Dios. «Justos y verdaderos son tus caminos», resuena en armonía todo el cielo (Apocalipsis 15:3, compárese con 16:7; 19:2). Podemos, con toda seguridad, poner nuestra confianza en él.
Ciertamente que una fe tal no es como dar un salto en la oscuridad —a no ser que se quiera creer que Dios nos ha dejado en la oscuridad. Y si en verdad Dios nos ha dejado en tinieblas, sin suficientes pruebas de su confiabilidad, entonces las acusaciones de Satanás no fueron aclaradas y el confiar en Dios es en verdad en un riesgo no dilucidado.
El primer ángel de Apocalipsis 14 hace un llamado a la humanidad por doquier, a que se decidan con respecto a Dios. Pero no se nos pide que confiemos en un Dios que no conocemos. El ángel viene primero con la verdad eterna, las eternas Buenas Nuevas. A la luz de la evidencia, ¿nos parece que Dios es digno de nuestra fe?
Esta es la fe de la cual habla la Biblia, la confianza en Dios que hace posible que él nos salve y nos sane. Esta es la fe que en Hebreos 11:1 se describe como «estar totalmente seguro de que uno va a recibir lo que espera. Es estar convencido de que algo existe, aun cuando no podamos verlo» (VM).
En las conocidas palabras de la versión Reina-Valera 2000 la fe se define como «la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven».
La palabra griega traducida como «pruebas» aparece pocas veces en el Nuevo Testamento. En su uso secular frecuentemente significa «examen», «escrutinio», «interrogatorio riguroso», con su resultante «prueba», «comprobación» y «convicción». La forma verbal de esta palabra es mucho más común en la Biblia. Se usa para describir la obra del Espíritu Santo cuando «Y habiendo venido aquél pondrá al descubierto a el mundo acerca de pecado y acerca de rectitud y acerca de juicio» (Juan 16:8 Tischendorf). Aparece también al explicar la falta de disposición de alguien deshonesto a venir a la luz «para que sus obras no sean puestas al descubierto» (Juan 3:20 RV95). Pablo usa la misma palabra al aconsejar a los efesios, «no tengáis nada que ver con las obras infructuosas de la oscuridad, sino más bien denunciadlas» (Efesios 5:11 BAD).
La Biblia constantemente relaciona la fe en Dios con luz, revelación, verdad, pruebas, exámenes, investigación.
Otro término de especial importancia en la definición de fe que aparece en el libro de Hebreos es la palabra griega que se traduce como «sustancia» (que significa «ser», «esencia», «naturaleza de algo», «realidad»), que fue la palabra escogida en la versión Reina-Valera 1865 en el capítulo once.
Pero un significado relacionado es el de «convicción», «seguridad confiable». Y este fue el significado escogido para la misma palabra griega en un capítulo anterior de la misma epístola: «Porque participantes de Cristo somos hechos, si empero retenemos firme hasta el cabo el principio de la confianza» (Hebreos 3:14 RV1865). Dos veces en su segunda carta a los Corintios, Pablo emplea el mismo vocablo con el significado de «confianza» (véase 2 Corintios 9:4 y 11:17 RV60). Muchos eruditos concuerdan en que este es significado más apropiado en Hebreos 11:1.
A finales del siglo XIX, unos arqueólogos que trabajaban en el Medio Oriente empezaron a descubrir documentos en papiros antiguos, que resultaron ser registros de transacciones de negocios, contratos de venta, títulos de propiedad, garantías. Y el término griego común para todos esos documentos, no es otro que el traducido como «sustancia».
Este descubrimiento hizo posible entender que Hebreos 11:1 quiere decir que la que la fe es, por decirlo así, una transacción en la que uno participa, un pacto, un acuerdo entre el creyente y su Dios.
Dios tiene mucho que ofrecernos: perdón, sanidad, vida eterna. Pero nunca les pide a sus criaturas inteligentes que crean en algo para lo que él no ha dado pruebas suficientes, y que sean pruebas que apelen a la razón. Dios no espera que tengamos fe en un extraño. Al contrario, primero se revela a sí mismo. A través de su Hijo, por medio de las Escrituras, por la inmensidad de la naturaleza que nos rodea, y de tantas otras maneras para que podamos conocerle bien.
Si a la luz de esta revelación y de las abundantes pruebas acerca de Dios, escogemos confiar en él, amarle, aceptar sus dones y dirección, entonces habremos entrado en esa transacción con Dios a la que el Nuevo Testamento llama fe.
«Tener fe es estar seguro de aquello que esperamos; es creer en algo que no vemos». Esta es la traducción de Hebreos 11:1 en la versión La Palabra de Dios para Todos, editada por el Centro Mundial de Traducción de la Biblia.
En 1995, La Biblia Latinoamericana lo tradujo de manera similar: «La fe es como aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver».
Mucho tiempo atrás, William Tyndale, quien fuera quemado en la hoguera por atreverse a producir el primer Nuevo Testamento en inglés, tuvo el discernimiento de ofrecer esta traducción: «Fe es la confianza segura de las cosas que se esperan y la certeza de las cosas que no podemos ver».
Ninguno de nosotros ha visto a Dios. Pero esto no significa que no podamos conocerle. «El Hijo único, que es Dios y que vive en íntima comunión con el Padre, es quien nos lo hadado a conocer» (Juan 1:18, DHH).
Según lo entiendo yo, fe, es una palabra que usamos para describir una relación con Dios, como la relación que se tiene con alguien bien conocido. Mientras más le conozcamos, mejor será la relación.
La fe implica una actitud de amor, confianza y profunda admiración hacia Dios. Significa tener suficiente confianza en él, basados en las más que suficientes pruebas reveladas. Para estar dispuestos a creer en cualquier cosa que él diga, para aceptar lo que sea que él ofrezca y para hacer todo lo que él desea, sin reservas, por el resto de la eternidad.
Cualquiera que posee una fe tal, es perfectamente fiable para ser salvado. Es por eso que la fe es el único requisito para ir al cielo.
Semejante fe no es una fe ciega, sino que está fundada firmemente en la evidencia. Según lo explica Pablo en Romanos 10:17, «La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios».
En los manuscritos más antiguos en este pasaje aparece «Cristo», en vez de «Dios», por eso Goodspeed tradujo así el mismo pasaje: «La fe viene por oír lo que se relata y ese oír viene por el mensaje acerca de Cristo».
El significado de este pasaje aumenta, cuando se lee en el amplio contexto de la carta de Pablo a los Romanos:
“Por eso dice la Escritura: «Ninguno de los que creen en él quedará defraudado» Pues no hay diferencia entre judío y griego, ya que uno mismo es el Señor de todos, que prodiga sus riquezas para con todos los que lo invocan; y «todo el que invoque el nombre del Señor, será salvo». Ahora bien, ¿cómo podrían invocar a aquel en quien no tuvieron fe? ¿Y cómo podrán tener fe en aquel de quien no oyeron hablar? ¿Y cómo van a oír, sin que nadie lo proclame? ¿Y cómo podrán proclamarlo, sin haber sido enviados? Como está escrito: «¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian cosas buenas!» Pero no todos aceptaron el Evangelio. Ya lo dice Isaías: «Señor, ¿quién ha prestado fe a nuestro mensaje? Así que la fe viene de la predicación escuchada, y esta predicación se hace en virtud de la palabra de Cristo» (Romanos 10:11-17, BSA 1975).
En los tiempos de Pablo un hombre tenía muy pocas oportunidades de leer ese mensaje por sí mismo. Si deseaba aprender la verdad acerca de Dios, era necesario que fuera a la sinagoga o iglesia y escuchar cuando se leían en voz alta los escasos y costosos manuscritos de la Biblia.
Es por eso que la introducción de Apocalipsis dice del libro de Juan, «La Revelación (El Apocalipsis) de Jesucristo, que Dios Le dio…a conocer (la manifestó) enviándola por medio de Su ángel a Su siervo Juan… Bienaventurado (Feliz) el que lee y los que oyen las palabras» (Apocalipsis 1:2,3, NBLH 2005).
En nuestros tiempos, cuando la Biblia es tan fácil de conseguir, Pablo escribiría, «La fe viene por el estudio de la Palabra de Dios» o «La fe viene de leer el mensaje acerca de Cristo».
Los que hemos aprendido a leer la Biblia como la divinamente inspirada narración de la larga y costosa revelación de la verdad, encontramos en sus páginas pruebas más que suficientes para nuestra fe. Cuando Dios nos invita a confiar en él, él no nos pide que probemos suerte con él, o a que nos arriesguemos a saltar en la oscuridad. Tampoco espera que aceptemos simples declaraciones, o que confiemos en una corazonada, o en alguna señal o milagro que Satanás puede falsificar.
Dios simplemente nos pide que tomemos en cuenta las pruebas, tan fácilmente disponibles, especialmente en su Palabra, y que con toda libertad, decidamos si él es digno o no de nuestra confianza.
Todo esto es, asumiendo desde luego, que la Biblia es verídica. ¿Cuán seguros podemos estar de que los libros del Antiguo y Nuevo Testamentos nos dicen la verdad? ¿Es la fe en la Biblia un salto en la oscuridad?