BASTANTE HEMOS RODEADO
ESTE MONTE
El Monte Sinaí es renombrado por la presentación que Dios hizo allí de la ley de los Diez Mandamientos, junto con otras muchas reglas y reglamentos que sabía que el pueblo necesitaba. Después que habían sido plenamente instruidos, les dijo que era tiempo de proseguir la marcha. “Bastante habéis estado en este monte —dijo Dios—, poneos en camino”.1
El pueblo de Israel había tenido necesidad de acampar en esa montaña. Necesitaban todas esas reglas y reglamentos, como también los ritos y ceremonias que eran muy poco claros para ellos. Habían necesitado los truenos y los relámpagos, tanto como necesitaron de los milagros del agua y de la “comida de ángeles”. Y el Dios que los llevó al Sinaí era el mismo que les explicó más tarde, en el aposento alto, “Preferiría que fueran mis amigos”.
Cuando Israel finalmente entró en Canaán, llevó consigo las tablas de los Diez Mandamientos. Si tan sólo hubiera vivido de acuerdo con esas reglas de amor, la Tierra Prometida habría llegado a ser un lugar increíblemente seguro y feliz donde vivir.
Pero no pasó mucho tiempo antes que muchos comenzaron a ignorar los mandamientos.
En esos días, según registra el Antiguo Testamento, “Cada uno hacía lo que le parecía bien”.2 Algunas de las cosas que hicieron hace espeluznante la lectura del libro de los Jueces.
Muchos se olvidaron de quién los había liberado de la esclavitud en Egipto y les había prometido un futuro dorado en la tierra que “mana leche y miel”.3 Hasta algunos de los dirigentes volvieron a adorar ídolos.
En el medio de los Diez Mandamientos, Dios había incluido un reglamento ideado para ayudar a Israel a no olvidar a su Dios, y para que recordara las buenas cosas que él tenía pensadas para su pueblo. Era la ley del sábado.
Desafortunadamente, los siervos tienen la idea de que la ley es un requerimiento particularmente gravoso. Da la impresión que para ellos el mandamiento decía, “No harás nada que te sea agradable en el día sábado”.
Aun hoy, algunos siervos describen las provisiones para el descanso en el sábado como requerimientos arbitrarios, colocados para mostrar la autoridad de Dios y para probar nuestra voluntad de obedecer.
Pero Jesús vino para mostrar que en Dios no hay arbitrariedades. Como nos explicó Pablo, las leyes de Dios fueron agregadas para ayudarnos, para protegernos en nuestra ignorancia y falta de madurez, y para llevarnos a confiar de nuevo en Dios. Esto tiene que ser también verdad para el sábado semanal.
Afortunadamente, los amigos de Dios han ayudado a explicar su propósito al dar esta ley. Isaías hasta dice que si no se goza del sábado, no se está realmente observándolo.4
Por esto, es obvio, que la observancia del sábado no se puede obligar ni imponer. “¡Goza del sábado, o te castigo severamente!” no tiene sentido ni es razonable. Si a tu niño no le gusta la espinaca, ¿le dirías que debe decirte lo deliciosa que es, o le castigarás severamente?
Pero, ¿qué hay de agradable en la observancia del sábado? Leyendo toda la Biblia se encuentran razones muy significativas.
Los siervos, que simplemente hacen lo que se les manda, tienden a ver en el sábado una limitación de su libertad, una restricción que están bien dispuestos a aceptar.
Los amigos consideran el sábado como un monumento a la amistad, un recordativo de la evidencia que es la base de la libertad y de la confianza.
Algunos prefieren detenerse en el Sinaí
el Los creyentes siervos tienden a detenerse indefinidamente en el Monte Sinaí, encontrando dirección y seguridad en el gran código de reglamentos y símbolos, de perdón y salvación, que allí se ofrecen.
Algunos siervos parecen preferir el lenguaje “oscuro”. Les infunde mayor sentido de misterio y pavor. También parece darles a ciertos dirigentes religiosos influencia y poder especiales. Son venerados por siervos menos conocedores como “mayordomos de los misterios” de Dios.5
Pero los misterios de Dios no son para ser amortajados a fin de ocultarlos, como el conocimiento escondido cuidadosamente por ciertas religiones misteriosas del tiempo de Pablo. Los secretos de Dios son para ser ampliamente revelados y divulgados.6 El Nuevo Testamento describe el más importante secreto de Dios, “Cristo mismo”.7 Cristo no vino para esconder la verdad. Al contrario, vino para hacerla llana y clara.
Algunos añoran los truenos y los relámpagos del Sinaí. He escuchado a algunos decir, “¡Cuán bueno sería si Dios le levantara la voz a nuestro mundo malvado de hoy!”
A los amigos les agrada recordar que la cueva donde Dios le habló a Elías con “un silbo apacible y suave” estaba también allí, en Monte Sinaí.8
De siervos a amigos
Conozco a muchos que han dado la bienvenida a la oferta de Juan 15:15. Gozan tanto de la libertad de la amistad que a menudo hablan de cómo pueden compartirla con los demás. Claro, la amistad no se la puede imponer a nadie. Como aconsejó el amigo de Dios, Pablo, “Cada uno esté plenamente convencido en su mente”.9
Lo máximo que pueden hacer los amigos es animar a otros a buscar la misma evidencia que a ellos les ha parecido tan convincente. Eso quiere decir toda la evidencia, e incluye aquellos “aspectos más feroces de las Escrituras”. Demasiado a menudo los conceptos que tenemos de Dios y la salvación se basan en una cierta selección de pasajes bíblicos más bien que en la Biblia en su totalidad. Hay siervos fieles que dicen, “Aquí un poco, y allí un poco”. ¿Pero, qué hacemos con el resto?
Piezas sobrantes
Parece lógico y de buen sentido que cualquiera que afirma que acepta la Biblia como digna de confianza, debe construir su conocimiento, su modelo, su filosofía, su concepto de Dios y la salvación, en el contenido de todos los 66 libros. Si aparece algo en la Biblia que no parece cuadrarse en mi modelo, o estoy malentendiendo el pasaje, o mi modelo necesita ensanchamiento y arreglo.
Cuando tenía 16 años me matriculé en una clase de mecánica de autos en el colegio secundario donde estudiaba en California. Los alumnos llegamos a querer mucho a nuestro muy respetable maestro, el señor Grubb. Nos dividió en parejas, y nos asignó a cada pareja un venerable automóvil. Nuestra tarea era desmantelar todas las partes movibles del vehículo, especialmente el motor. Teníamos que limpiar los cojinetes, pulir las válvulas, y efectuar ciertos otros servicios en la forma como se hacía hace 55 años.
Después de todo esto, teníamos que armar nuevamente todas las partes. Entonces venía la prueba de fuego. Si el vehículo volvía a marchar, recibíamos una nota. Si no marchaba . . . En realidad no recuerdo cuál era la alternativa, porque nuestro vehículo comenzó con un rugido. Varios compañeros subieron al automóvil, y triunfalmente le dimos la vuelta a la cuadra.
Hubo sólo un problema. Nos habían sobrado varias piezas. Con misericordia y bondad, el señor Grubb nos dio una nota. Con todo no me agradaría viajar lejos en ese automóvil. ¡No sin colocar las piezas que sobraban!
Hace un tiempo, recibí una guía impresa para el estudio del Evangelio de San Juan. Uno de los propósitos indicados de la publicación era animar a todos a leer la Biblia en su totalidad. Busqué, con interés especial, para ver lo que la guía decía acerca de Juan 16:26. Ese es el versículo donde Jesús les dijo a sus discípulos “directa y claramente” que no habría necesidad de que él orara por nosotros al Padre, porque el Padre mismo nos ama.
Pero no había ningún comentario sobre ese versículo de Juan 16. Tampoco tenía indicación alguna de por qué no había un comentario. Cuando solicitamos respetuosamente por qué no tenía un comentario de ese versículo, el autor explicó que no había podido acomodar ese versículo en el modelo tradicional. Me hizo recordar el automóvil que armamos en el colegio secundario y las piezas que sobraron.
La imagen de Dios a través de los 66 libros
Durante los años que he tenido el privilegio de conducir grupos de estudio a lo largo de los 66 libros de la Biblia, nuestro interés ha sido la imagen de Dios. No nos hemos ocupado de cómo hizo entrar los dinosaurios en el arca, pero sí hemos preguntado qué clase de Dios ahogaría a tanta gente.
Recuerdo un día cuando una santa de 84 años se puso de pie delante de 300 personas y dijo, con voz notablemente firme y clara, “Solamente quiero decirles que toda mi vida he amado al Señor. Pero ahora que hemos estudiado los 66 libros, no sólo lo amo. ¡Realmente me gusta!”
Ha sido muy agradable leer toda la Biblia con niños. Son tan cándidos en sus preguntas y sus observaciones.
Una tarde, habíamos llegado a la enseñanza del Antiguo Testamento acerca de “ojo por ojo, diente por diente”.10 Surgieron preguntas relacionadas con lo que dijo Jesús, que no debemos hacer eso más, sino, que debemos ofrecer la otra mejilla.
Les pregunté a los niños qué harían si alguien, de un golpe, les sacara un diente. Después de varias ideas, Casey, de ocho años, que estaba sentado a mi lado y con los pies colgados porque no alcanzaban el suelo, dio su versión cuidadosa de su bien pensada decisión.
“Primero le sacaría, de un golpe, un diente. ¡Luego le ofrecería la otra mejilla!”
En otra ocasión, estábamos hablando de las muchas referencias en la Biblia acerca de la destrucción de los malos por Dios. Les pregunté a los niños si alguna vez sus madres decían, “O haces lo que te digo o te mato”.
“¡Sí!”, dijeron todos en coro con risotadas.
“¿Creen que la mamá lo dice en serio?”, pregunté.
“Claro que no”, dijo Tina. “Sabemos que es sólo una manera de hablar, una figura”.
“¿Creen que Dios está usando solamente una figura cuando habla así?”, seguí preguntando. Movieron la cabeza indicando que no, que creían que hablaba en serio. “¿Significa eso, entonces, que sus mamás les aman más que Dios?”
Finalmente Casey, otra vez rompió el silencio. Después que lo hubo reflexionado bien, lo único que pudo decir fue, “¡Ay, ay, ay!”
Podría haberles dicho a los niños que la mejor solución a tales problemas era no hacer más preguntas y seguir teniendo fe en Dios. Naturalmente eso habría sido el fin de su viaje de exploración por la Biblia. Los niños inteligentes pronto se cansan cuando los adultos conocedores simplemente les dicen lo que se debe creer.
Pero estoy seguro que a Dios le agrada escuchar a los niños hablar acerca de él en la forma que lo hacía ese grupo de jovencitos. Era la libertad, y la seguridad, lo que les permitió hablar cándidamente acerca de Dios y seguir con interés la lectura de libro tras libro a través de los 66 libros de la Biblia.
“Gracias por todos los 66”
En un viaje reciente a Gran Bretaña, me informaron de una niñita llamada Leilani, que le había escrito algunas cartas a Dios. También supe que, aunque era muy joven, había leído todos los libros de la Biblia. Ella había decidido que el Dios de los 66 libros tenía que ser una Persona muy especial.
Viajamos hasta Escocia para verla. Mientras estábamos de pie en el jardín del fondo de su casa en Edinburgo, Leilani nos leyó algunas de sus cartas.
Ella dijo que esta carta era su favorita:
Querido Dios:
Muchas gracias por haberme hecho,
y por los 66 libros:
39 en el Antiguo Testamento,
27 en el Nuevo,
para que podamos leerlos y saber cómo
eres.
Tu amiga,
Leilani.
“Veo que hay una posdata al final”, observé.
“Oh sí, solamente una cortita, que dice, ‘Todos sabemos que es verdad’ ”.
“Eso quiere decir —explicó— que sabemos que lo que la Biblia dice es verdad”.
Yo sé que todos ustedes amarían a Leilani. Y Leilani es una de las amigas de Dios.
1. Deuteronomio 1:6,7.
2. Jueces 21:25; ver también Jueces 17:6.
3. Ver Exodo 3:8.
4. Ver Isaías 58:13.
5. Ver 1 Corintios 4:1.
6. Ver Colosenses 1:25,26.
7. Ver Colosenses 2:2,3.
8. Ver 1 Reyes 19:8–13.
9. Romanos 14:5.
10. Exodo 21:24; Levítico 24:20; Deuteronomio 19:21; Mateo 5:38–42.