SIERVOS O AMIGOS: Capitulo 5

 

TEN CUIDADO DONDE PONES

TU CONFIANZA

Encuestas recientes han indicado que las personas en quienes la sociedad tiene más confianza son los ministros religiosos (pastores) y los médicos. Y aquellos en quienes la sociedad tiene menos confianza son los políticos y los vendedores de automóviles; con todo, algunos creen que los abogados deben encabezar esta lista negativa. Una vez vi una camiseta que ostentaba un tiburón hambriento con el siguiente mensaje: “¡Los tiburones no se comen a los abogados: cortesía profesional!”

Todo esto puede ser muy injusto para estas profesiones. Es ciertamente injusto para aquellos representantes de estas profesiones quienes son modelos de confianza. El hecho de que una persona haya elegido ser ministro del Evangelio no garantiza que sea perfectamente confiable. Demasiado frecuentemente las tragedias mencionadas en las noticias son evidencia de lo contrario.

Se han realizado encuestas para medir las tendencias recientes de las opiniones del pueblo acerca de su confianza en Dios. Parece que aún en el mundo llamado cristiano, la confianza en Dios se ha corroído seriamente.

Debe entristecer a Dios el contemplar estas tendencias. Pero no por la razón más obvia, que la gente parece confiar menos en él. ¿Está el mundo rechazando al amigable Dios de Abrahán, Moisés y Job, al Dios que es semejante a Jesús, al Dios que quiere que seamos sus amigos?

Podría aun ser causa aparente de esperanza que personas reflexivas estén encontrando que es imposible confiar en un dios que no es digno de su confianza. Lo que debe causarle gran tristeza a Dios es ver que tantos de sus hijos no saben realmente cómo es. En mis viajes por Gran Bretaña muchas veces le pregunté a la gente que profesaba poca o ninguna fe en Dios, si había habido un tiempo en su vida en que era creyente.

“Oh, sí” era a menudo la respuesta. “Cuando era pequeño, creía”.

“Dime lo que creías que era Dios en ese tiempo”.

Cuando terminaban la descripción de lo que creían entonces que era Dios, muy a menudo tenía que concordar de que si Dios era realmente así, tampoco yo podría confiar en él.

Nuestro objetivo primero era conocer el concepto que ellos tenían de Dios, pero cuando me parecía apropiado, me aventuraba a sugerir que quizás había otra manera de considerar a Dios. Preguntaba: “¿Será posible que Dios haya sido representado mal o malentendido?”

A veces el bondadoso rostro inglés, irlandés, galés o escocés, me estimulaba a agregar: “¿Qué le parece si Dios fuera en realidad una Persona infinitamente poderosa pero a la vez igualmente bondadosa que valora sobre todo nuestra libertad e individualidad, un

Dios que prefiere tratarnos, no como siervos, sino como amigos?”

“Quisiera creer eso”, fue una respuesta anhelante. “Si pudiera estar seguro de que eso es la verdad, supongo que sería un creyente”, fue en esencia la respuesta.

 

¿Tiene sentido “creer por fe”?

¿Cómo puede Dios convencer a sus hijos de la verdad acerca de sí mismo?

“Eso es algo que se acepta por fe”, es la respuesta tradicional de muchos creyentes devotos.

“¿Pero fe en qué?”, se puede preguntar.

“No, no me refiero a fe en algo o alguien”, responde el creyente. “Quiero decir que hay algunas cosas que uno puede conocer sólo por la fe misma”.

Esto es usar la palabra “fe” para describir la manera de conocer algo en la ausencia de evidencia suficiente, o sin evidencia alguna.

Hay una leyenda de un muchacho de escuela que definió la fe como “creyendo lo que sabes que no es así”. De seguro que pocos creyentes dirían eso. Pero hay quienes dicen que “fe es creer cuando el sentido común dice que no debes”. ¿Podría ser ésta una de las razones que hace difícil que muchos crean en Dios? ¿Será que no pueden o no quieren hacer algo que su sentido común rechaza?

Todo el tiempo los niños escuchan a sus padres y a sus maestros  instarles a usar más el sentido común. Pero cuando se trata de confiar en Dios, ¿debemos decirles que ahí no necesitan usar el sentido común como guía?

 

“¡Simplemente sé que es cierto!”

Después de terminar la escuela secundaria, tuve el privilegio de asistir a un pequeño colegio superior cristiano. Allí me encontré con la joven que ha sido mi esposa por 50 años. Como era la costumbre en instituciones tales, los dormitorios de las señoritas y de los jóvenes estaban situados prudentemente en sitios opuestos del plantel. De acuerdo con las costumbres actuales, se consideraría eso muy anticuado y estricto.

Cada año, en el embeleso de la primavera, cuando un duraznero en el centro del establecimiento comenzaba a florecer, también las amistades florecían en el colegio, y los profesores redoblaban sus esfuerzos para proteger los intereses académicos de los alumnos bajo su cuidado.

Cuando parecía que un joven estaba por formar una amistad prematura o no aconsejable con una señorita, la muy reverenciada preceptora (jefa del dormitorio) lo invitaba a una consulta muy sincera en su oficina.

“Joven”, decía ella con bondadosa solemnidad inicial, “en realidad no has tenido mucha oportunidad de conocer bien a esta señorita”. (Bajo los reglamentos de entonces, ésta era la verdad inevitable.) “¿No crees que el sentido común te sugiere que debes llegar a conocerla mucho mejor antes de hacer tu decisión final? Quizás el verano entrante podrías visitar su hogar y ver cómo ella se lleva con sus padres, y si ofrece ayudar con el trabajo de la casa”. (Como dije, las cosas eran bastante “a la antigua” en esa época.)

El joven quizás respondía: “No necesito conocerla más. He orado también acerca de esto, y tengo la seguridad interior que esta es la compañera que Dios quiere que yo escoja como esposa”.

“Bien sabemos, caballero, que no es muy seguro confiar en nuestros sentimientos, especialmente en esta estación del año. Nunca se puede ser demasiado cuidadoso cuando se elige a la que pasará el resto de la vida con nosotros”.

“¿Pero acaso no nos dijo el otro día en el culto, preceptora, que cuando tenemos que decidir el dar nuestros corazones a Dios, no debemos estar dudando y haciendo tantas preguntas como hacemos en la clase de ciencias o de historia? ¿Me está diciendo que cuando elegimos la compañera de la vida no podemos investigar demasiado, pero cuando elegimos al Dios, con quien hemos de pasar la eternidad, podemos tener confianza en nuestro corazón en lugar de nuestra mente?”

“Joven, esa es la diferencia entre el conocimiento secular y la fe religiosa. Cuando se trata de cosas espirituales, nunca debemos dejar que nuestras cabezas se interpongan en el camino de nuestros corazones”.

“Muchas gracias, preceptora, por su consejo, pero ya he hecho mi decisión. En verdad, ella ha aceptado mi propuesta, y Ud. Está invitada a nuestra boda. Pero no se aflija, todo saldrá bien. Estoy seguro en mi corazón que ella es la designada para mí”.

Hace poco escuché a un predicador afirmar con voz fuerte: “Yo creo que se puede confiar en Dios porque por fe sé que es la verdad. ¿Quieren saber por qué tengo tanta seguridad que es la verdad? Simplemente, ¡yo sé que yo sé, que yo sé, que yo sé . . . que es verdad!” (En realidad, siguió repitiendo varios más “yo sé”.)

“¿De dónde viene una fe tal?”, se podría preguntar.

“Es una dádiva de Dios, un fruto del Espíritu Santo”.

“¿Entonces por qué no tienen todos esta dádiva?”

“Ah, Dios sólo les da fe a los que él desea. Y si esto te tentara a pensar que Dios es arbitrario e injusto, recuerda la advertencia de Pablo en Romanos 9:20 acerca de cuestionar las sendas inescrutables de Dios”.

Pero muchos han osado cuestionar esta aparente arbitrariedad y, cuando no encontraron mejor respuesta, han dejado de confiar en un Dios tal.

 

¿Se puede rechazar la dádiva de la fe?

Hay otra manera de explicar por qué no todos poseen la dádiva de la fe. Se ha sostenido que si Dios da fe a algunos y no a todos, está violando otras dos preciosas dádivas de Dios: la libertad  y el poder de elección. Creen que Dios en verdad les ofrece su dádiva de fe a todos, y todos tienen la libertad y el poder de aceptarla o rechazarla. Desafortunadamente, algunos escogen rechazarla.

Muchos que adoptan esta posición, entienden sin embargo que la fe es la habilidad y la voluntad dadas por Dios para poder creer sin necesidad de la evidencia que lo apoye. Todavía queda la pregunta: ¿Sobre qué base hacemos la decisión vital de aceptar o rechazar el don de la fe? ¿Es la aceptación del don de la fe dada por Dios un acto también de fe, una fe aún no recibida? ¿Apela esto a tu sentido común? Recordando la descripción de la fe que hicimos anteriormente, yo encuentro imposible creer cuando el sentido común me dice que no debo.

 

¿Hay diferencia entre creencia, fe y confianza?

Frecuentemente se procura diferenciar entre creencia, fe y confianza. Al leer el Nuevo Testamento uno debe tomar en cuenta que los tres son sinónimos y traducciones de la misma palabra griega pistis. Varias versiones usan uno u otro de los términos y debe cuidarse de no pensar que en griego eran tres palabras distintas.

Por ejemplo, cuando el carcelero de Filipos les preguntó a Pablo y a Silas lo que debía hacer para ser salvo, ellos dieron una respuesta que ha sido tema de muchos sermones serios. ¿Pero exactamente qué dijeron?1

“Cree en el Señor Jesucristo”, son las conocidas palabras en la versión Reina-Valera 1602.

“Ten fe en el Señor Jesús”, dice la Biblia de Jerusalén 1970.

La misma palabra griega en Hechos 27:25 se traduce, “confío en Dios”.

Creencia, fe, confianza, son esencialmente lo mismo. Si la fe y la confianza son genuinas, y la creencia es más que una opinión o esperanza, ha de determinarse por el contexto. El libro de Santiago nos dice que aún los demonios creen (confían) en Dios. Cuando se habla de los enemigos de Dios, ¿se debe traducir la palabra pistis como creencia? La palabra griega es la misma. En el contexto, Santiago explica qué es lo que ellos confían acerca de Dios, y los hace temblar de miedo.2

 

Confiar en Dios ¿es un salto a ciegas?

Dios espera nuestra confianza, de otra manera nunca podremos tener la amistad de Juan 15:15. Pero no nos pide que confiemos en él como si fuera un desconocido. Confiar en alguien a quien no conocemos podría en verdad ser un juego de azar arriesgado, un peligroso salto a ciegas. Dios no nos alienta a correr un riesgo tal. Piensa en el esfuerzo que él ha hecho para que lo conozcamos bien. “Habló muchas veces y de muchas maneras, . . . mediante los profetas”. Más aún, “nos habló por el Hijo”, el que pudo decir al fin de su vida inigualada: “El que me ha visto a mí, ha visto a mi Padre”.3

La manera como Jesús vivió, la manera como trató a la gente, las cosas que enseñó acerca de su Padre, y sobre todo, la manera singular y horrible como murió, fueron la revelación más clara de la verdad acerca de la confiabilidad de Dios que el universo jamás podrá ver o necesitar.

Esto naturalmente supone que se tiene confianza en el registro bíblico. Confiar en la Biblia no requiere un salto a ciegas sin información. Hay otros documentos religiosos que invitan a este “salto de fe”. Pero la Biblia misma insta a observar cuidadosamente la evidencia antes de tomar la decisión de confiar.

 

Una antigua acusación

De acuerdo al relato de Génesis, quien primeramente sostuvo que no se debería confiar en Dios fue la serpiente en el Edén. El último libro de los 66 de la Biblia, el Apocalipsis, identifica a la serpiente acusadora como “diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo”. Se le describe como el líder de la rebelión en el cielo que concluyó cuando “fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él”.4 Los nombres Diablo y Satanás ambos significan difamador, adversario. Aun Jesús, que era tan bondadoso con el peor de los pecadores, lo llamó “mentiroso y padre de mentira”.5

“Dios os ha mentido”, es lo que les insinuó Satanás a nuestros primeros padres. “¿Cómo podéis confiar en un dios que no dice la verdad? Si coméis del árbol prohibido6 no moriréis. En realidad, el comer la fruta de ese árbol os hará más similares a Dios. ¿Cómo puede privaros tan egoístamente de algo tan beneficioso? ¿Y cómo puede ser tan insensible y falto de un espíritu de perdón que os amenaza con la muerte por la primera pequeña ofensa? Un dios de amor por lo menos os daría una segunda oportunidad. ‘¡O me obedecéis, o moriréis!’ ¿Cómo podéis adorar a alguien tan vengativo y severo? Un dios tan severo y arbitrario no es digno de adoración ni confianza”.

Si Dios es realmente la clase de persona que Satanás pinta, el Adversario tendría razón al indicar que no tiene sentido confiar en un tirano tal. Ciertamente no habría la posibilidad de establecer la libertad y amistad que Jesús les ofreció a sus discípulos.

Pero la persona contra quien Satanás dirigió sus acusaciones era el amigable Jesús mismo. Porque el que vino para traernos la verdad es el mismo Creador del universo.7

 

La respuesta de Dios

¿Ha respondido Dios a estas acusaciones? ¿Encontramos que sus respuestas tienen una base suficiente para seguir confiando en él?

Simples negaciones no bastan para contrarrestar esas acusaciones. Aunque Dios mismo las hiciera, ¿cómo sabríamos que sus afirmaciones son la verdad? Satanás también ha hecho alegatos, a veces con gran despliegue de autoridad y fuerza.

Pero ni alegatos ni despliegues de poder pueden establecer la integridad o la confiabilidad. Jesús mismo advirtió del peligro de creer en simples aseveraciones, aun cuando aparentemente se apoyen en un poder sobrenatural.

Habló de que se levantarían dirigentes religiosos que harían pretensiones falsas, ¡aun aseverarían ser el Cristo! Harían grandes milagros y maravillas para probar la verdad de sus pretensiones. “No creáis”, dijo Jesús.8

El advirtió: “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi Nombre, diciendo: ‘Yo soy el Cristo’, y a muchos engañarán”.9

Más tarde Juan aconsejó, “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad si los espíritus son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido al mundo”.10

En esta descripción del esfuerzo de Satanás de arrastrar a todo el mundo a su bando antes de la segunda venida de Cristo, Juan habla del uso de autoridad y poder de Satanás, aun para realizar grandes milagros, “hasta hacía descender fuego del cielo a la tierra ante los hombres”. Como resultado, “engaña a los habitantes de la tierra” con las señales, salvo a unos pocos leales a Dios.11

 

Los profetas también pueden mentir

Hace mucho Moisés había advertido a Israel que no se dejaran engañar por los milagros. Cuando “algún profeta o vidente . . . anuncie algún prodigio, y se cumpla la señal o prodigio que anunció, y te diga: ‘Vamos en pos de otro dios’, . . . no prestarás oído a las palabras de ese profeta . . .”12

Se relata en el Antiguo Testamento de un profeta de Judá quien fue enviado por Dios con un mensaje al rey Jeroboam. Una vez cumplida la misión debía volver por otro camino y no aceptar ninguna invitación de hospitalidad.

Este “hombre de Dios” era un siervo fiel del Señor, acostumbrado a obedecer la voz de la autoridad sin cuestionarla. “¡Dios lo dijo, yo lo creo! ¡y eso basta!”, era su manera humilde, pero vulnerable, de determinar la verdad.

El profeta entregó su mensaje, y cuando el rey lo invitó para quedarse y comer, no hubo vacilación en responder. “Aunque me dieras la mitad de tu casa, no iría contigo, ni comería pan, ni bebería agua en este lugar. Porque así me está ordenado por palabra del Señor: ‘No comas pan, ni bebas agua, ni vuelvas por el camino por donde vayas’ ”.13

Los hijos de otro viejo profeta, que no vivía lejos, contaron a su padre acerca del mensajero de Judá y lo que había dicho al rey.

“¿Qué camino tomó?”, inquirió el anciano.

Le indicaron el camino. “Ensilladme el asno”, ordenó a sus hijos, y salió para encontrar al profeta joven. Lo halló descansando bajo una encina.

“¿Eres tú el varón de Dios que viniste de Judá?”, preguntó el anciano.

“Yo soy”.

“Ven conmigo a casa para que comas algún alimento”.

“No podré . . . porque por palabra de Dios me ha sido dicho: ‘No comas pan ni bebas agua allí’ ”. Habrá pensado: “Dios me dijo, ¡eso me basta!”

“Yo también soy profeta como tú, y un ángel me habló por palabra del Señor, diciendo: ‘Vuélvelo contigo a tu casa, para que coma y beba algo’ ”. Pero le mintió.14

“¿De manera que Dios cambió de opinión? Bueno, yo siempre digo: ‘Si Dios lo dice, lo creo’ ”. Completamente engañado, el confiado hombre de Judá se fue a casa con el profeta mayor.

La historia tiene un fin triste, y se podría ciertamente preguntar: “¿Por qué se incluye en la Biblia esta historia?” El profeta más joven no tenía motivo alguno de sospechar que el profeta viejo estuviera mintiendo. Habría sido falta de cortesía aún sugerirlo. Pero tampoco era razonable aceptar, sin cuestionar nada, la contradicción del mandato anterior de Dios. ¡Si tan sólo hubiera ejercido cortésmente su derecho de investigar más!

Cuán a menudo, en tiempos actuales, escuchamos las pretensiones de dirigentes religiosos que Dios por sus ángeles les ha comunicado esto o lo otro. Sería falta de delicadeza ponerlo en duda. Además Dios a veces ha hablado de esta manera. Pero Dios también nos ha aconsejado que estemos alertas. Los profetas, también, pueden mentir.


¿Comprarías los remedios de este hombre?

En una época del siglo pasado en los Estados Unidos, y especialmente en los pueblos fronterizos, aparecía una figura notable cuya llegada al poblado traía mucha excitación. Venía en un carruaje de caballos escogidos, vestía galera de gentilhombre y vendía medicinas mágicas para toda dolencia. “¡Dígame cuál es su dolencia, y les garantizo que tengo el remedio para curarla!”

El testimonio de aquellos que habían sido curados milagrosamente, unido a la credulidad de la gente de entonces, hacía que las pretensiones del mercachifle fueran muy creíbles. ¡Seguramente sus medicamentos valían cada centavo de lo que él pedía!

Pero estas pretensiones no eran más asombrosas que las que aparecían en los catálogos de negocios como Sears, alrededor de 1902. Garantizaban tónicos y drogas para curar enfermedades que aún la medicina de hoy no ha podido remediar.

Había curas “seguras” para el hábito del tabaco, el alcohol, la adicción al opio, a la morfina, y aun para la obesidad. “Absoluta garantía” para curar el dolor de cabeza en quince minutos. Una galletita que no era “dañina en absoluto, que le dará belleza, no importa cuán desfigurada esté”. La Píldora Cerebral del Dr. Hammond era “garantizada positivamente” para curar una larga lista de dolencias mentales, hasta curaba la mala memoria, “no importa la gravedad ni la causa”.

Se le asegura al cliente con dudas de que todos los remedios de Sears han sido preparados por prescripciones de “las autoridades médicas más afamadas del mundo”, al mismo tiempo se lo previene para que se cuide de “los charlatanes y curanderos quienes pagan anuncios para asustar al enfermo a fin de que compre medicinas que no tienen valor alguno”.

Hoy, Sears sería el primero en instar a sus clientes a que no crean en pretensiones tan increíbles.

En todo el ambiente que nos rodea, en el ámbito de la religión, en el mercado, en la televisión, se nos confronta con pretensiones que rivalizan entre sí. Obviamente no todas pueden ser ciertas. Bien haríamos en seguir el consejo de Pablo: “ Examinadlo todo, retened lo bueno”.15

 

En la confianza no hay atajos

El hecho de que la Biblia invita a la indagación, insta a que hagamos cuidadosa investigación, y nos advierte a no ser fácilmente persuadidos —aun ante milagros y maravillas—, indica que el Libro es digno de confianza. Es cierto, que hasta el viejo catálogo de Sears, advertía contra charlatanes y curanderos. Pero yo no podría confiar en un movimiento religioso, un maestro, o un libro que desalentara —peor aún, que prohibiera— la indagación sincera y profunda de creencias básicas.

Cuando un maestro o profesor de religión se siente amenazado por preguntas penetrantes pero respetuosas en su clase, y se coloca a la defensiva, o aún se enoja cuando los alumnos quieren respuestas, quizás haya motivo para sospechar que su posición carece de la evidencia adecuada, y todo esto socava la confianza.

La confianza puede ser destruida muy rápidamente. Y no se pueden seguir atajos en su restauración. Las pretensiones de confiabilidad nada prueban. Hitler aseguró que se podía tener confianza en él. Cuando Satanás cuestionó la legitimidad de la fe de Job, Dios no arregló la desaveniencia con un pronunciamiento divino. En lugar de eso, permitió la dolorosa demostración de los hechos en el caso. Esta es la manera como Dios establece la verdad.

Aun cuando Dios ha sido acusado falsamente de no merecer confianza, hay solamente una manera de afrontar el cargo. Solamente por la demostración de confiabilidad durante un largo período de tiempo y bajo una gran variedad de circunstancias —especialmente las difíciles— puede ser restablecida y confirmada la confianza. Los 66 libros de la Biblia son un registro de tal demostración.

 

La autoridad de la verdad

El domingo después de la crucifixión de Jesús, mientras dos de sus discípulos, muy desanimados, volvían caminando a Emaús, su confianza pasó por un proceso de severa prueba. Estaban confundidos por la muerte de su Líder, porque “nosotros esperábamos que él era el que iba a redimir a Israel”.16

Jesús se unió a ellos en el camino, pero no lo reconocieron. Los dos hombres tenían preguntas serias que sin duda merecían las respuestas del Señor. Pero no reveló quién era. En lugar de eso los llevó a través del Antiguo Testamento, el registro de “las muchas y variadas maneras” en que Dios había hablado “por los profetas”. ¡Cómo quisiera haber oído los relatos y declaraciones que escogió! Al terminar, los dos hombres reconocieron que sus preguntas habían sido contestadas, sin percatarse que era el Señor mismo quien los estaba guiando a través de las Escrituras.

¿Por qué no les dijo Jesús llanamente quién era? En su reverencia por él, ellos habrían aceptado con gozo su revelación, “¡Si Jesús lo dice, nosotros lo creemos, y eso basta!”

Creo que por eso mismo Jesús se mantuvo encubierto. No quería que ellos corrieran el riesgo de aceptar lo que él decía, solamente basados en la autoridad de su testimonio personal. Podría haber sido Satanás mismo disfrazado, el que “se disfraza de ángel de luz”.17

Jesús no estuvo satisfecho hasta que los dos hombres fueron conducidos a una confianza inteligente basada en una evidencia adecuada. Entonces, y sólo entonces, reveló quién era.

Evidentemente Dios no desea que creamos lo que él dice solamente porque es el soberano Creador del universo. El quiere que confiemos en él porque es la clase de Persona que nosotros hemos comprobado que es. El quiere que confiemos en él a la luz de la verdad.

 

1. Ver Hechos 16:25–34.

2. Ver Santiago 2:19.

3. Hebreos 1:1,2; John 14:9.

4. Ver Apocalipsis 12:7–9.

5. Ver Juan 8:44.

6. Ver Génesis 3.

7. Ver Juan 1:1–3; Colosenses 1:16.

8. Ver Mateo 24:23,24.

9. Mateo 24:4,5.

10. 1 Juan 4:1.

11. Ver Apocalipsis 13:8, 12–14.

12. Deuteronomio 13:1–3.

13. 1 Reyes 13:8,9.

14. 1 Reyes 13:18.

15. 1 Tesalonicenses 5:21.

16. Lucas 24:21.

17. 2 Corintios 11:14.

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