SIERVOS O AMIGOS: Capitulo 11

 

LA AMISTAD Y LA LUCHA

CON EL PECADO

Pablo les aseguró a los creyentes en Roma que por haber “sido justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo”.1

Puede ser que tengas una versión de la Biblia que no diga “tenemos paz” o “estamos en paz” sino que dice “tengamos paz”. Esta diferencia proviene de la manera de escribir el verbo “tener” en griego. Siendo que algunos manuscritos lo escriben en una forma y otros en otra, hay que determinar cuál forma usar para la lectura del pasaje entero. Algunos eruditos en el Nuevo Testamento han debatido por años sus diferentes ideas, y a veces con mucho calor.

En una versión, La Biblia al Día–Paráfrasis, 1973, han zanjado el problema rindiendo el versículo así: “podemos disfrutar una verdadera paz con Dios”.

 

El significado de justificación

Una pregunta más importante acerca de este versículo es, “¿Qué significa ser ‘justificado’?” Puede ser que la versión que tienes, ni siquiera usa esa palabra. Para algunos esta palabra que deriva del latín es simplemente más “palabras oscuras”.

La palabra griega que usa Pablo significa básicamente rectificar algo o a alguien. La misma versión indicada arriba dice así: “Así que, ahora que Dios nos ha declarado rectos por haber creído sus promesas, podemos disfrutar una verdadera paz con Dios”.

Los “creyentes siervos” entienden que lo que debe rectificarse entre ellos y su Maestro ofendido, es primordialmente un asunto legal. La solución a este problema, según ellos lo ven, es perdón y el ajuste de su posición legal. Usan la palabra “justificado” para referirse al perdón y a la declaración de que ahora están legalmente en orden para con Dios. Esto trae paz con Dios, según su concepto, porque ahora no necesitan temer su ira, ni su castigo, ni la pérdida de la recompensa eterna.

Pero el perdón solo no trae verdadera paz. ¿Has sido perdonado alguna vez por algo vergonzoso, y después te has sentido tan abochornado, que procuras evadir al que fue tan perdonador? Después que hemos sido “justificados por la fe”, Dios no quiere que lo estemos eludiendo porque sentimos vergüenza. Quiere que seamos amigos muy cercanos.

Los “creyentes amigos” tienen una comprensión distinta de la justificación, si es que hay que emplear ese término. Ellos creen que lo que ha sucedido, principalmente, es una brecha en la fe, una rotura de confianza y confiabilidad. Para arreglar esto, hay que restaurar la confianza. Para estar rectificado con Dios hay que confiar en él y ser su amigo confiable. Esto, naturalmente, significa paz. En este versículo Pablo coloca confianza, paz y rectitud ante Dios, todo junto. Eso tiene buen sentido para quienes son amigos.

 

¿Por qué entonces la lucha?

El apóstol Pablo por mucho tiempo había gozado de paz con Dios. Pero estaba lejos de tener paz consigo mismo. Admitió esto en su carta a los creyentes de Roma: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” 2

Pablo procura explicar el conflicto. “Porque tengo el querer, pero no alcanzo a efectuar lo bueno . . .

“Así encuentro esta ley: Aunque quiero hacer el bien, el mal está en mí. Porque en mi interior me deleito en la Ley de Dios; pero veo en mis miembros otra ley, que lucha contra la ley de mi mente, y me somete a la ley del pecado que está en mis miembros”.3

“Un hombre que hable así no debe estar convertido”, han dicho algunos. Pero muchos devotos creyentes han descubierto por su propia experiencia que la lucha de Pablo puede continuar a través de toda su vida. Naturalmente, no importa cuándo se experimenta la lucha, la solución siempre es la misma: “¡Gracias doy a Dios, por nuestro Señor Jesucristo!” 4

La palabra griega que se ha traducido “miserable” puede tener el significado de “gastado por el trabajo duro”. Pablo parece ser un santo que realmente está esforzándose, pero está cansado de su esfuerzo continuado.

Se puede entender que Pablo está describiendo una transición de la lucha como un mero siervo, a la lucha como un amigo que comprende.

Aun antes de ser cristiano, Pablo se dedicaba a obedecer todos los Diez Mandamientos. El escribe a los creyentes de Filipos que en la práctica de la ley, era un “Fariseo”, lo que significaba que era escrupulosamente obediente. “En cuanto a la justicia de la ley, irreprensible”, continuó Pablo.5

No había sido ladrón. No había cometido adulterio. No era homicida. De acuerdo a la comprensión de entonces, lo que le había hecho a Esteban no era un asesinato. Era cumplir simplemente la obra de Dios al borrar la herejía. Más aún, siempre había pagado un diezmo fiel. En resumen, había guardado cada regla de la cual estaba consciente.

Pero después que Pablo se encontró con Jesús en el camino a Damasco, comenzó a mirar más de cerca los mandamientos. Había oído que Jesús había dicho que la mera conformidad externa a las reglas no era lo que Dios quería. Esa es la clase de obediencia que se obtiene de un siervo. Dios anhela que veamos que no hay nada arbitrario en sus mandamientos. Ellos describen la conducta de personas amantes, amigables y confiables, que no sólo no matan, tampoco odian. Ellos no sólo no cometen adulterio, tampoco desean hacerlo.

Sin duda Pablo se dio cuenta de que Moisés había enseñado eso mismo mucho tiempo antes. Cuando Moisés dijo que los israelitas debían amar a sus prójimos como a sí mismos, agregó: “No aborrecerás a tu hermano en tu corazón . . . Ni guardes rencor”.6

La atención de Pablo se centralizó en el décimo mandamiento.7 A la luz de lo que Moisés y Jesús habían enseñado, se percató que “no codiciarás” incluye hasta el no querer siquiera cometer lo indebido.

Confesó que a medida que se fue dando cuenta del significado de este mandamiento, aumentaba su enojo. Se había esforzado tanto. Hubo momentos en que había deseado quebrantar uno de los Diez Mandamientos, pero con éxito había resistido la tentación. ¿No merecía crédito por no ceder? Y quizás pensó que aún merecía crédito adicional, porque estando en plena juventud, había resistido impulsos más fuertes que otras personas.

Tuve un profesor en la universidad que era increíblemente activo y enérgico. Era también un caballero cristiano inspirador. Pero adolecía de un genio explosivo que a veces lo hacía perder el control. “Deben recordar”, nos dijo un día a un grupo de jóvenes, “que probablemente he resistido más tentaciones a perder la calma de lo que ustedes jamás han sentido”. Me hizo recordar a Pablo.

Más tarde, la irritación de Pablo con el mandato de no codiciar se trocó en acuerdo y admiración. Obedecer el décimo mandamiento era la clave para obedecer todos los demás. Era llegar al punto donde ni siquiera se deseaba pecar, y era recibir lo que David había pedido, un corazón nuevo y un espíritu recto.

A Pablo ya no le interesaban los créditos. ¿Por qué había de recibir recompensa por hacer algo que lo beneficiaba tanto? En cuanto al conflicto continuo, Dios le aseguraba que no se le condenaba por luchar.8

 

Los médicos no condenan a sus pacientes

Los médicos no condenan a sus pacientes por luchar. Ellos saben que la curación toma tiempo. No esperan que su paciente accidentado salga corriendo a su casa después de la primera visita al consultorio.

Dios obra como un médico infinitamente hábil. Puede salvar y sanar a todo el que confía en él. No se satisface si solamente llegamos a su consultorio para ser perdonados. El desea llevarnos al estado en que no necesitamos estar volviendo para ser perdonados. El ofrece sanar el centro donde las personas piensan. Entonces no quebrantarán más esos reglamentos, porque no lo desearán hacer más, y todos los hábitos malos serán corregidos.

Para algunos, esto podrá sonar ominosamente como la perfección. Y para algunos creyentes siervos, ese es el gravoso requisito final. “Sed, pues, perfectos”, es lo que dice Mateo 5:48. Los siervos consideran esas palabras como un mandato. Los amigos lo consideran una promesa.

Los amigos quieren que Dios no se detenga hasta que alcance ese blanco. ¿Acaso le pedirías a tu médico que no te sanara completamente? ¿Acaso le dirías, “Setenta y cinco por ciento de curación me basta, gracias” ?

 

¿Exigencia u oferta generosa?

Para siervos, que piensan en la salvación como si fuera un problema legal, la perfección es simplemente otro requisito. Para amigos, que piensan en la salvación como sanar el daño que ha causado el pecado, la perfección es una oferta generosa increíble.

Los siervos quieren ser completamente perdonados. Los amigos quieren ser completamente sanados.

Jesús no vino simplemente para perdonar el pecado. Vino para terminar con el pecado. Como explica Pablo, Dios envió a su Hijo para “quitar el pecado” 9 o “terminar con el pecado”.10

El perdón no termina con el pecado. El pecado no es algo registrado en un libro, para ser perdonado de tanto en tanto. El pecado es algo que acontece en las personas. El pecado es rebelión y desconfianza. Esto es lo que Cristo vino a eliminar. El antídoto de tal pecado es la verdad acerca de Dios mismo.

“En cuanto a ese asunto de la perfección”, podemos imaginar que el Médico celestial nos dice al salir de su consultorio, “no se aflijan. He creado el universo en tal forma que es una ley general que las personas llegan a asemejarse a quien ellos adoran y admiran”.

“Si se mantienen como mis amigos confiados, la perfección les llegará. No digo que no tendrán que continuar la lucha. Pero la lucha no será la misma”.

Los siervos procuran vencer el pecado pisoteándolo hasta acabarlo. Los amigos saben que solamente pueden eliminar el pecado excluyéndolo con la verdad.

 

 

1. Ver Romanos 5:1.

2. Ver Romanos 7:19,24.

3. Romanos 7:18–24.

4. Romanos 7:25.

5. Filipenses 3:5,6.

6. Ver Levítico 19:17,18.

7. Algunos cristianos han dividido el mandamiento acerca de no codiciar en dos: el noveno y el décimo.

8. Ver Romanos 8:1.

9. Romanos 8:3.

10. Romanos 8:3.

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